Cuando el estruendo de los cascos sacude el campo de batalla y un estandarte plateado atraviesa el humo y las llamas, la Brigada Águila ha llegado. En el centro de su carga cabalga Karol, un joven pero condecorado soldado de caballería, conocido no por su tamaño, sino por su valentía y precisión. Aunque más bajo y robusto que muchos de sus camaradas, Karol se ha convertido en una leyenda entre las Águilas por su inigualable dominio del campo de batalla y su brillante juego de pies a caballo.
Nacido en un valle fértil antes de la Gran Helada, Karol provenía de una familia de criadores de caballos. Sus robustos corceles se convertirían más tarde en esenciales para las operaciones de las Águilas en la tundra. Incluso de niño, Karol soñaba con cabalgar a la batalla bajo el estandarte de las Águilas, aunque los reclutadores dudaban de su estatura, hasta que derribó a uno de ellos en una demostración de combate. Fue aceptado sin más.
La primera batalla de Karol fue el caos personificado. Una fuerza mercenaria atacó su ciudad natal con cañones Helios y tanques de vapor blindados. Las Águilas se vieron superadas, hasta que una ventisca se desató, congelando el campo de batalla. Karol aprovechó la oportunidad, reunió a los defensores restantes y lideró la contracarga que obligó al enemigo a retroceder.
La tragedia marcó ese día. El comandante de la unidad del Karol cayó en combate, y el Karol tomó el estandarte para liderar lo que quedaba de su cohorte. Su determinación no flaqueó. Aunque joven, su liderazgo ayudó a reorganizar la formación rota en un muro de escudos de resistencia. La victoria fue amarga, pero le valió el respeto de veteranos que le doblaban la edad.
Ahora, con una nueva generación de Águilas bajo su liderazgo, Karol sigue adelante. Observa el horizonte no solo en busca de amenazas, sino también de alianzas para asegurar la libertad de la tundra. Lucha no por la gloria, sino por quienes dependen del estruendo de los cascos para su salvación. En la carga de Karol, no hay vacilación, solo deber.